dimecres, 30 de març del 2011

La primera la más grande.


  Des de Canals en ha arribat esta col.laboració literaria per al llibre de festes de Sant Antoni, com que l'escriptora segueix el nostre blog, ens ha enviat el text per que ho pengem ací.

   En enero de 1.962 yo vivía en Rotglà. Por aquel entonces yo tenia diez años.  Debía ser jueves o sábado pues no había escuela por la tarde. Alguna vez había ido a la ciudad de Xàtiva, conocía la Granja, la Llosa de Ranes, Llanera, Cerdà, Sellent, Anna, Ontinyent y Valencia donde tengo parte de mi familia. En Canals no había estado nunca, aunque había pasado alguna vez en el autobús de la Concepción cuando iba a Ontinyent a ver a mis tíos y primos en las fiestas de moros y cristianos, por San Juan, que era el santo de mi tío. Todo lo que conocía de Canals era la parada del autobús, unos árboles grandes, algunas casas, nada en concreto.
Aquel día de Enero Antonio vino de Canals de ver a su novia y le dijo a su madre que fuera a ver la hoguera de ese año, ya que no ha habido jamás hoguera más grande que esta y no habrá nunca otra igual. Se armó un gran revuelo entre las vecinas. Empezaron a comentarlo las unas a las otras. -¿Nos vamos a verla?- La repuesta fue unánime. El día era espléndido, lucia un sol radiante. Nos fuimos a pie evidentemente. La tía Aurelia, Vicente, Josefa y Ballines, las jovencitas Consuelito, Aurelia, Ángela y los pequeños Rosa Mari y Pepe.

  
 Apenas terminamos de comer salimos del pueblo, los más pequeños salímos comiendo no recuerdo bien qué, algún bocadillo supongo. Al llegar a Llanera íbamos comiéndonos  los postres, mandarinas que llevaban nuestras madres en los bolsillos. Para calmar la sed no teníamos ningún problema, la acequia de la Llosa  bajaba llena de agua clara y fresca, después de Cerdà bebimos en ella y nos lavamos las manos. Las mayores iban más deprisa que yo. Vi unas esparragueras muy grandes. ¡Están llenas de espárragos!
-¡Mamá esperad que los coja!
-¡No y  daros prisa que os quedáis detrás!
Que lástima, había un buen manojo. Echamos a correr para alcanzarlas. Llegamos a un sitio con grandes cavidades de tierra blanca a un lado del camino.
-Mira Rosita esta terreta blanca deu ser molt bona per a escurar, doncs pareix que se l’emporten per això està plé de forats!
Llegamos a unos huertos de naranjos y los mayores se detienen ha hacer un alto en el camino.
-Si queréis hacer un pis aquí es buen sitio. –Mientras unas vigilan las otras “desbeben”. Reemprendemos la marcha, un gran depósito de agua sobre pilares a mano izquierda custodia la entrada del pueblo. Pasamos por una calle largísima y  después de pasar por unas calles más por fin llegamos.
-Ahí está la foguera! Ai que gran és!
-¡Si no lo veo no lo creo! ¡Que barbaridad! –Exclamaban las mujeres sorprendidas.
Yo sólo vi. una montaña verde que me tapa la visión de todo lo demás, no veía la iglesia, ni las casas, sólo una mole de perfumadas hojas de pino amontonadas en forma cónica a sólo cuatro dedos del bordillo de la acera.
-Esto no sé cómo lo quemarán. ¡Es demasiado grande!
-Si, si vendrán los bomberos.
-Si la queman, se quemará la iglesia, las casas… Todo. ¿O es que por dentro es como una falla? –Comenté yo.
-No mante, no! Per dins és macissa, de troncs i branques! –Me contestó una de mis vecinas.
Le dimos la vuelta y volvimos por donde habíamos ido y conforme la luz de la tarde se apagaba, más cerca estábamos de casa. Los pies y las pantorrillas me dolían mucho.
 Con la noche encima llegué a mi casa más muerta que viva. ¿Para eso me habían hecho ir? ¿Sólo para ver una montaña de ramas verdes que ocultaban la visión de la plaza? Que cansada estaba.

Fue la primera vez que pisé Canals, la primera vez que vi. “la foguera”. No sabía yo entonces que cuarenta y seis  hogueras más me esperaban; diez de novia de Ramón y treinta y seis después de casarnos. De todos los tamaños, más o menos rectas, con “panxeta” o sin ella, algunas mojadas, todas hermosas y perfumadas. El recuerdo de mi primera “foguera” la más grande que se ha hecho nunca, “la més gran del món” ahora ya es mía también. A los diez años una es muy inocente y no aprecia bien lo que ve y lo que vive, sólo siente y yo aquel día sentí cansancio.
Hoy siento que soy canalina. Que “la foguera” forma parte de mí y que mientras viva, quiero verla, olerla y admirarla todos los años.

Estas líneas van dedicadas  a los que hace cincuenta años fueron festeros: D. José Mª Calatayud, Juan “Romana” el padre que fue montador de la foguera bastantes años, el hijo es buen amigo de mi esposo y mío. Para ellos con especial cariño.


Mª Pilar Yanini.


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